EL DÉCIMO MANDAMIENTO 1. LA CODICIA

INTRODUCCIÓN

El décimo mandamiento es una de las declaraciones más largas de principio en el decálogo. En sus dos versiones, dice:
No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo (Ex 20: 17).
No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo (Dt 5: 21).
Muchos han bromeado en cuanto al lugar de la esposa en cada una de estas oraciones (antes y después de la casa), y también en cuanto a que parece estar en el mismo nivel que el buey y el asno. Hay que dejar a los necios con su necedad; los sabios ocupan su tiempo con otros asuntos.
El significado de esta ley depende del significado de codiciar. El resto de la ley tiene que ver con las acciones de los hombres; ¿trata en este caso la ley más bien con las emociones del hombre, o hemos entendido mal el significado de codiciar?
Noth ha señalado que codiciar significa mucho más que la emoción de codiciar.
El mandamiento en el v. 17 está formulado con un verbo que se traduce «codiciar». Pero describe no solo la emoción de codiciar sino que también incluye el esfuerzo de apropiarse de algo ilegalmente. El mandamiento, por consiguiente, habla de todos los esfuerzos por apoderarse uno de los bienes y posesiones de un «prójimo», sea mediante robo o mediante todo tipo de maquinaciones deshonestas. Lo primero que se nombra es la casa del prójimo.
El término «casa» puede en un sentido estrecho y especial describir la vivienda, primordialmente la casa construida, pero en todo caso la carpa, «casa» del nómada; puede, sin embargo, también usarse en un sentido más o menos amplio o transferido para significar, por ejemplo, la familia, o la suma de todo lo que se incluye en la casa.
Por tanto, cuando Éxodo empieza prohibiendo que se codicie la casa del prójimo, por casa quiere decir, como enseguida especifica, la esposa, los criados, los animales y las demás posesiones del prójimo.
Primero se usa el término general casa, y después se describen aspectos específicos de la «casa». En Deuteronomio, las citas son todas evidentemente de cosas específicas, incluyendo la «casa».
Von Rad escribió de «codiciar» en términos igualmente aleccionadores:
Si en el último mandamiento la traducción del verbo como «codiciar» fuera correcta, sería el único caso en el cual el decálogo no tiene que ver con una acción, sino con un impulso interno, de aquí con un pecado de intención.
Pero la palabra hebrea correspondiente (jamad) tiene dos significados, el de codiciar y el de tomar. Incluye prácticas externas malévolas, y quiere decir apropiarse uno de algo (Jos 7: 21; Miq 2: 2, etc.).
Cuando Jesús citó el décimo mandamiento en Marcos 10:19, lo citó como un pecado de acción, y el texto griego usa la palabra aposteresis, defraudar algo, que en la versión Reina Valera aparece como «defraudes».
Las observaciones de Noth y Von Rad no representan novedad en la interpretación.
Se ve que nuestro Señor le dio el mismo significado, y, con igual claridad lo entendieron los eruditos cristianos de épocas tempranas. Por eso, el gran erudito anglicano del siglo XVII, el Dr. Isaac Barrow, escribiendo del décimo mandamiento, observó:
Esta ley es integral, y recapitula, por así decirlo, el resto que concierne a nuestro prójimo, prescribiendo justicia universal hacia él (de donde San Marcos, parece que quiso traducirlo en una palabra, por… no defraudes, o no prives a tu prójimo de algo; Marcos 10:19) y esto no es solamente en obra y trato externo, sino también en pensamiento y deseo interno, la fuente de donde brotan.
Adam Clarke también se dio cuenta del significado de codiciar, y declaró:
No codiciarás, v. 17 (lo tajemos). La palabra jamad denota un deseo ferviente y fuerte de algo, sobre lo cual todos los afectos se concentran y fijan, sea que la cosa sea buena o mala. Esto es lo que llamamos codicia, que es una palabra que se toma en un sentido bueno o malo. Por ejemplo, las Escrituras dicen que la codicia es idolatría; y sin embargo también dicen: codicien fervientemente las mejores cosas.
Por tanto esta disposición es pecaminosa o santa, según el objeto en el cual se fija. En este mandamiento, la codicia de cosas prohibidas es lo que se prohíbe y condena. En este sentido, codiciar es anhelar intensamente algo, a fin de disfrutar como propiedad la persona, o cosa codiciada. Quebranta este mandamiento quien por cualquier medio procura privarle a un hombre de su casa o hacienda, por algún trato subrepticio y clandestino con el dueño original; lo que en algunos países se dice, quitarle la casa o hacienda de un hombre por sobre su cabeza.
También lo quebranta quien siente lujuria por la esposa del prójimo, y por ganar los afectos de ella trata de reducir el aprecio que ella tiene de su esposo; y la quebranta quien procura apropiarse de los criados, el ganado, etc. de otro, de alguna manera subrepticia o injustificable.
Este es un precepto de la mayor excelencia moral, la observancia del cual evitará todos los delitos; porque el que siente la fuerza de la ley que prohíbe el deseo desordenado de algo que es propiedad de otro jamás puede quebrantar la paz de la sociedad por un acto de maldad contra ninguno, ni siquiera de sus miembros más débiles.
El concepto equivocado de esta ley empezó con el pietismo, que limitaba la ley de Dios a preceptos morales. Se internalizó la religión y por consiguiente las acciones dejaron de ser tan importantes como el «corazón». Encima de eso, la idea de que cualquier ganancia de cierta manera «no era espiritual» también se propagó, así que la codicia tomó un significado malo exclusivo.
Habacuc 2: 9 nos da un ejemplo del hecho de que las Escrituras hagan una distinción entre la codicia buena y la codicia mala. El significado del pasaje aparece cuando se examinan la versión Reina Valera y la Biblia de Jerusalén.
¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal! (RVR).
¡Ay de quien gana ganancia inmoral para su casa, para poner su nido en alto y escapar a la garra del mal! (LBJ).
La codicia aquí se equipara con la ganancia; es la ganancia o codicia perversa lo que se condena. La ganancia honesta y codicia santa no se condena.
San Pablo en 1 Corintios 12:31 usó la palabra «codiciar» en buen sentido:
«Procurad, pues, los dones mejores»; la versión Dios Habla Hoy traduce «codiciar» como «ambicionar», trabajar ferviente y celosamente por los mejores dones.
Por tanto, lo que el décimo mandamiento condena es todo intento de ganar mediante fraude, coacción o engaño lo que le pertenece a nuestro prójimo. Sobre este principio, los pleitos por enajenación de afecto eran en un tiempo parte de la ley de la tierra. Su abuso por una época inicua condujo a su abolición, pero el principio es sólido. Una persona que trabaja sistemáticamente para enajenar los afectos de un esposo o esposa a fin de ganárselos, a veces junto con sus bienes monetarios, ha violado esta ley.
Esta ley, pues, prohíbe la expropiación por fraude o engaño de lo que le pertenece a nuestro prójimo. El décimo mandamiento por consiguiente resume los mandamientos seis al nueve y les da una perspectiva adicional. Los otros mandamientos tratan con acciones obviamente ilegales, con violaciones claras de la ley.
El décimo mandamiento se puede quebrantar dentro de estas leyes. Para citar un ejemplo bíblico, David adulteró con Betsabé, acción claramente ilegal. Sus acciones subsiguientes estuvieron técnicamente dentro de la ley: A Urías se le puso en el frente de batalla y se dictaron órdenes para asegurarse de la muerte de Urías en la batalla. Técnicamente no era asesinato, pero fue una conspiración para matar, por lo que David y Joab cometieron asesinato.
Por tanto, una serie de leyes de la civilización occidental se basan en este principio del uso fraudulento de la ley para defraudar o hacer daño. Muchas de estas leyes legislan contra el aspecto conspirador del fraude. Legislan contra la apropiación codiciosa de las posesiones de nuestro prójimo por medios perversos, aunque a veces legales. La ley contra la ganancia deshonesta es muy importante, y el décimo mandamiento, en lugar de ser un vago apéndice de la ley, es fundamental para ella.
Esta ley contra la ganancia deshonesta la dirige Dios no solo al individuo, sino también al estado y a todas las instituciones. El estado puede, y a menudo es, tan culpable como cualquier individuo, y el estado a menudo se usa como medio legal por el cual se defrauda a otros de sus posesiones.
La ley contra la codicia perversa es pues, una ley que se necesita mucho en nuestros días. El pietismo que anteriormente socavó esta ley se ha vuelto ahora la actitud social extendida.
El pietismo hace énfasis en el corazón, las actitudes del hombre, y resta importancia a las acciones del hombre. Sus raíces están en el menosprecio pagano, griego y estoico de la materia contra el espíritu. La meta en esas filosofías era no tener pasiones. El verdadero filósofo estaba por encima de sentir aflicción por las cosas materiales; su casa se podía incendiar, su esposa e hijos morir, y él trataba de estar despreocupado. Solo las cosas que eran de la mente o del espíritu le interesaban.
La influencia de estas filosofías en la iglesia convirtió en mala toda codicia. El hombre debía estar libre de ella a fin de ser santo. Ambicionar era malo, porque representaba un deseo por las cosas materiales. Shakespeare y Fletcher reflejaron esto en su drama Henry VIII, en el cual el cardenal Wolsey dice:

MARCA SOLO MI CAÍDA, Y ESO QUE ME ARRUINA.

Cromwell, te insto, tira por la ventana la ambición; Por ese pecado cayeron los ángeles; ¿cómo puede el hombre, entonces, Imagen de su Hacedor, esperar ganar por ella?
Ámate a ti mismo de último; ama esos corazones que te aborrecen.
(Acto III, escena II).
Tal filosofía quiere decir que la ambición no tiene legitimidad cristiana, y que desear cosas mejores siempre ha sido pecado. Como resultado, la única ambición y deseo legítimos era la que renunciaba al cristianismo por el humanismo. El pietismo llevó al cristianismo, tanto antes como después de la Reforma, por senderos falsos de sentimientos contra una vida completa.
El pietismo, en origen pagano y humanista, ha infectado de nuevo la ideología humanista en la era moderna. Como resultado, individuos de ideología liberal liberales mucha palabrería que no sienten ningún amor hacia los negros, indígenas y otros, saltan de causa en causa fomentando un aluvión de sentimientos como la solución de todos los problemas.

El resultado de tal emocionalismo pietista no es ningún avance para la causa de nadie, sino solo un baño de emociones para los pietistas humanistas.