INTRODUCCIÓN
En Romanos 7: 7 y 13: 9 aparece
la palabra «codicia». La palabra «codicia» en estos versículos se refiere al
anhelo de cosas prohibidas, pero el sentido de «codicia» es bueno o malo en
términos de su contexto.
La ley de Deuteronomio 5: 21
condena la codicia, el deseo y la apropiación por la fuerza de lo que no es
legítimamente nuestro.
Si desear y apropiarse por la fuerza
o por la ley de lo que es del prójimo va estrictamente contra la ley de Dios,
la organización de tal codicia en un sistema es creación de una sociedad
contraria a Dios. Una economía de beneficencia pública (socialismo, comunismo,
o cualquier forma de orden social) que le quita a un grupo para dárselo a otro
es la iniquidad organizada en sistema.
En tal sociedad, esta apropiación
sin ley puede echar mano de lo que le pertenece al prójimo pidiéndole al estado
que sirva como instrumento de incautación; codiciar con la ley no es menos
pecado.
Una de las justificaciones
comunes de tal sociedad codiciosa es que es moralmente necesario, dicen, hacer
guerra contra el privilegio particular. El término privilegio particular es uno de los que más se abusa y también
uno de los más peligrosos.
Trae a colación visiones de
explotación y abuso, y produce una situación de prejuicio en dondequiera que se
use. El término no ha hecho poco daño; aunque es un insulto común de la
izquierda, extensamente lo ha tomado y usado la derecha. Basta que a alguna
cosa se le llame «privilegio particular» para despertar hostilidad en la
mayoría de los casos.
La verdad es que sin privilegios
particulares ninguna sociedad jamás ha existido ni es probable que exista. Los
privilegios particulares pueden ser buenos o malos, según el caso. Un
presidente tiene privilegios particulares; una esposa y su marido tienen
privilegios particulares el uno con el otro; los privilegios particulares son
una parte ineludible de la vida.
Examinemos los posibles órdenes
sociales y su relación con el privilegio particular.
LA PRIMERA FORMA POSIBLE DE ORDEN SOCIAL ES UNA DE TOTAL IGUALDAD.
Los estados marxistas sostienen
formalmente el principio «De cada uno según su capacidad, a cada uno según su
necesidad». En varios grados, todas las sociedades de beneficencia y
socialistas sostienen este principio, aunque su interpretación estricta en
realidad ha sido abandonada incluso en los países comunistas. Sin embargo, este
principio marxista en realidad no elimina ni el privilegio particular ni la
desigualdad.
Incluso si se aplica de la manera
más estricta, el principio marxista solo significa igualdad de riqueza, no de
trabajo. La riqueza del exitoso se la dan al fracasado. Los privilegios
particulares son por ello dados al incompetente, al que no tiene éxito y al
holgazán. Mientras más estrictamente una sociedad marxista, o cualquier estado,
trata de ser igualitaria, más radicales las desigualdades y privilegios particulares
que produce.
No hay «igualdad» en un orden en
el cual la capacidad de los hombres se estorba o limita. El privilegio
particular nunca fue eliminado en Rusia; un orden algo coactivo y
frecuentemente injusto de privilegio particular se cambió por un orden social
basado en la coacción total, la injusticia radical y amargos privilegios
particulares.
Un segundo orden social posible es lo que se ha llamado
meritocracia. Esto es en gran medida la meta de los estados socialistas
fabianos, Gran Bretaña en particular. El principio del servicio civil se aplica
a todo el orden social. Parkinson ha citado el origen chino del examen escrito
competitivo. El propósito del examen escrito era originalmente examinar a los
candidatos en educación clásica; gradualmente, la prueba se ha vuelto
modernizada y ha probado aptitud, factores psicológicos e inteligencia general.
Una meritocracia, por tanto,
insiste en exámenes y es hostil a la familia, porque la familia es el principal
instrumento de toda la historia para promover privilegios particulares de sus
miembros. Goethe expresó el asunto de esta manera:
EN REALIDAD PARA POSEER LO QUE HEREDAS
PRIMERO DEBES GANÁRTELO POR TUS MÉRITOS.
Esto quiere decir que los
impuestos a la herencia se deben usar para destruir el deseo de la familia de
conferir privilegios particulares a sus miembros. Michael Young, en su sátira
de la meritocracia, se ha referido con claridad el asunto:
La influencia aristocrática nunca
hubiera durado tanto tiempo, ni siquiera en Inglaterra, sin el respaldo de la
familia; el feudalismo y la familia van juntos. La familia siempre es el pilar
de la herencia. El progenitor normal (no desconocido hoy, debemos admitir
tristemente) querría entregar su dinero a sus hijos antes que a extraños o al
estado; el hijo era parte de sí mismo y al legarle la propiedad el progenitor
aseguraba cierta inmortalidad para sí mismo; el progenitor hereditario nunca
muere.
Si los padres tenían un negocio
de familia que en un sentido los incorporaba a ellos mismos, incluso tenían
mayor anhelo de pasarlo a alguien de su propia sangre para que lo dirigiera.
Los padres, al controlar la propiedad, también controlaban a sus hijos;
amenazar sacar de un testamento a un hijo era casi tan efectivo como una
afirmación de poder en la Bretaña industrial como lo había sido en la Bretaña
agrícola.
Por cientos de años la sociedad
ha sido campo de batalla entre dos grandes principios: el principio de
selección por familia y el principio de selección por mérito.
Hemos tenido que aguantar los
defectos de la familia. Hemos tenido que reconocer que casi todos los padres
tratan de adquirir ventajas injustas para su descendencia. La función de la
sociedad, cuya eficiencia depende de la observación de principios de selección
por mérito, es prevenir que tal egoísmo haga algún daño serio.
La familia es la guardiana de los
individuos, el estado el guardián de la eficiencia colectiva, y esta función el
estado puede cumplir debido a que los ciudadanos mismos están divididos en sus
intereses.
Como miembros de una familia
particular, quieren que sus hijos tengan todo privilegio. Subestimamos la resistencia de la familia. El
hogar todavía es el semillero más fértil de reacción.
En una sociedad orientada a la
familia, las personas no solo favorecen a sus familiares y amigos, sino que
añaden al factor de privilegio particular para aumentar las ventajas de los que
han avanzado o son más trabajadores y agradables.
La declaración más ofensiva de
privilegio particular jamás hecha probablemente es la declaración de
Jesucristo: «Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no
tiene, aun lo que tiene le será quitado» (Mt 25: 29). Esta flagrante recompensa
de la iniciativa y éxito es un espanto para muchos.
En una meritocracia, un rígido
sistema de exámenes determina quién tendrá más educación y entrenamiento
avanzado, y quién debe entrar en las profesiones.
La provisión de inteligencia
superior es limitada, y todas las profesiones necesitan mentes superiores. El
sistema de pruebas tiene la intención de ubicar y desarrollar tales mentes.
Esto quiere decir que, debido a que una meritocracia dice tener un método
científico de prueba para determinar la inteligencia y la aptitud, los que fracasan
son fracasos en un sentido real.
En una sociedad de privilegio
particular, anota Young, se puede culpar de los fracasos al sistema y alegar
que nunca se ha tenido una oportunidad; en una meritocracia, se ven obligados a
concluir, en base científica, que son inferiores. La llamada igualdad de un
método de prueba, por tanto, abre una brecha más honda.
Una meritocracia no solo produce
un sentido más hondo de desigualdad, sino que no hace que afloren las mejores
capacidades. Es interesante que el método de prueba provenga del trasfondo del
servicio civil. En efecto, identifica y promueve la mentalidad burocrática, no
al inventor ni al empresario. Está dirigido a una mentalidad estatista, no
cristiana ni de mente libre.
La meritocracia, pues, produce
una nueva élite, una clase especialmente privilegiada de intelectuales y
burócratas que prospera bajo el sistema de examen.
Produce una nueva clase
gobernante estrictamente organizada en términos de estos nuevos estándares.
Gran Bretaña está reemplazando a sus antiguos lores con una nueva Cámara de
Lores, compuesta de intelectuales y políticos laborales. No se ha evitado el
privilegio particular; sino que se ha cambiado de un grupo a otro.
Además, los funcionarios
estatales, en toda sociedad socialista, dan privilegios particulares a sus
hijos; la familia de este modo se reafirma a sí misma, pero ahora reforzada por
el poder de un estado monolítico.
El auge de la meritocracia tiene
relación con las rebeliones estudiantiles de la segunda mitad del siglo 20. Los
universitarios, producto de las escuelas estatales, creían en la autoridad de
la ciencia y la máquina. Las computadoras y sus pruebas tenían peso. En
términos de meritocracia, muchos se veían a sí mismos como fracasos en
potencia. Su primer gran eslogan de rebelión lo copiaron de la computadora antigua:
«No doblar, engrapar ni mutilar».
Temiendo el fracaso en el mundo inhumano
de la meritocracia, «abandonaron los estudios». ¿Revelaría la computadora y sus
pruebas que eran «vagos»? Se volvieron vagos sucios y desaliñados en protesta.
Como en contra de la meritocracia socialista fabiana, el igualitarismo comunista
primitivo apeló a ellos.
UNA TERCERA FORMA DE SOCIEDAD, DE CARÁCTER BÍBLICO, SE ORIENTA A LA
FAMILIA.
El Estado se limita a un
ministerio de justicia, y a la libre empresa e iniciativa individual se les da
libertad para que se desarrollen. El Estado entonces queda excluido de toda acepción
de personas en los procesos legales.
Todo canal del estado entonces se
preocupa por la justicia, y no por el privilegio particular. Las familias, organizaciones
y empleados son libres para dar privilegios particulares como lo crean
conveniente.
En la parábola de los obreros en
la viña, Jesús dijo que el dueño contrató hombres a la mañana, a media mañana,
al mediodía, y por la tarde, y luego les pagó a todos el mismo salario. Quizás
hubiera una base económica para su acción.
A menudo, debido al clima, hay
que recoger las uvas en un solo día. Conforme el día progresaba, tal vez se
hizo más urgente conseguir a todos los obreros disponibles antes que otros los
contrataran. El precio de la mano de obra tendería a subir en tal situación.
La parábola, sin embargo, no parece dar ninguna base para tal
interpretación. Los que vinieron más tarde habían estado desocupados, desempleados.
Los recogedores de uvas protestaron porque se les pagó un salario idéntico; los
salarios no estaban por debajo del estándar. Su protesta fue un ataque al
privilegio particular de los que habían llegado más tarde, que recibieron la
misma paga que ellos.
La respuesta de Jesús es
importante como principio religioso y económico, un principio, en verdad, para
toda la vida: «¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú
envidia, porque yo soy bueno?» (Mt 20: 15).
El contrato con los que se
contrató primero se pagó como era debido. Era un privilegio del dueño
concederle lo que quisiera a cualquier hombre. El derecho de dar privilegios
particulares es un aspecto básico de la libertad,
y de la propiedad privada. Si se niega la libertad del
individuo para conferir privilegios particulares, se niega la libertad y la
propiedad privada. Incluso más: el mundo se reduce a un mundo impersonal y
mecanicista.
LOS PRIVILEGIOS PARTICULARES EXISTEN
PORQUE EXISTEN PERSONAS.
Al que trabaja arduo se le
recompensa al concedérsele algo más que su compensación debida como acto de
gratitud, o para fomentar incentivo.
La hostilidad a la familia en los
estados socialistas se debe al hecho de que la familia es un grupo orientado al
privilegio particular. La familia será más rigurosa con sus miembros de lo que
será la sociedad, y más generosa. En una sociedad orientada a la familia, las
iglesias, las organizaciones y las comunidades tienden a estar dominadas por
una moralidad motivada por la familia y a ser personalistas.
Los privilegios particulares
entonces se vuelven rutina. Conant ha dejado en claro su hostilidad a la
familia como institución «aristocratica», o sea, de privilegio particular.
Para él, es ajena a la
democracia. Para Conant y otros, la escuela estatal es una agencia para
promover la democracia y limitar el poder de la familia.
La actitud de los recogedores de
uvas en la parábola era de codicia; incluía el deseo de evitar que otros
recibieran lo que era legítimamente suyo. Fue un ataque al «privilegio
particular». Todo ataque de esos es un esfuerzo por coaccionar inicuamente a
fin de apoderarse de los privilegios según nuestros propios deseos.
Toda ley que trate de legislar
separada de la ley de Dios es un caso de coacción inicua. Los ejemplos de tales
leyes son muchas. Turner da una ilustración aleccionadora:
Dos personas podían caminar por
cualquier calle de los Estados Unidos en 1930; uno con una botella de whisky
bajo el brazo y otro con una barra de oro en el bolsillo; y el que llevaba el
whisky hubiera sido un transgresor en tanto que al que llevaba la barra de oro
se le hubiera considerado como un buen ciudadano que acataba la ley. Si lo
mismo hubiera sucedido en cualquier ciudad de los Estados Unidos en 1970, el
que llevara el whisky hubiera sido el ciudadano que acata la ley y el que
llevara la barra de oro, el transgresor.
Tales leyes promueven la
iniquidad porque violan el principio fundamental de la ley bíblica de que todos
los criterios y toda legislación descansan en la rectitud de Dios y no en la
voluntad del hombre ni en las políticas del estado.