INTRODUCCIÓN
El décimo mandamiento, como el
noveno, menciona a nuestro prójimo, nuestro semejante. En el décimo mandamiento
la palabra prójimo aparece tres veces (Éx 20: 17; Dt 5: 21). Como bien se ve,
la segunda mitad de la ley tiene que ver con la trasgresión contra nuestro
prójimo, pero el décimo mandamiento es especialmente incisivo en este respecto.
En Éxodo 20: 17 se usa una
palabra que denota «codiciar». En Deuteronomio 5: 21 se usan dos palabras; una
se traduce «desear», y quiere decir deleitarse en algo, querer, desear; la
otra, se traduce «codiciar», y quiere decir tener deseo malsano de algo, según
la exégesis tradicional. Como hemos notado, Von Rad ha mostrado que la palabra codiciar «tiene dos significados, el
codiciar y el de tomar». ¿Por qué se limitó el significado a un aspecto, a la
actitud mental?
La causa se halla en el dualismo
básico del pensamiento pagano, y de las filosofías helénicas, que han influido
extensamente en el pensamiento occidental, incluyendo la teología. Se separa a
la mente y el cuerpo en dos campos separados, y la separación ha llevado a
serias consecuencias. Se ha hecho un divorcio entre la intención y el acto, y
las consecuencias de las acciones se han separado de las consecuencias del
pensamiento.
A veces, las acciones han sido
irrelevantes, porque la mente ha sido básica para la definición del hombre. En
otras ocasiones, la mente ha tenido libertad para dar rienda suelta a toda
divagación, porque solo a los actos se les ha adscrito responsabilidad.
EL DUALISMO, PUES, HA LLEVADO A UNA
IRRESPONSABILIDAD BÁSICA.
Este mandamiento, como ley, tiene
que ver con las acciones de los hombres, apropiaciones ilegales e inmorales de
lo que le pertenece al prójimo. Basa esta variante inicua de acción en la
intención del hombre, su mente. La acción inmoral empieza con un pensamiento
inicuo, y las dos cosas son inseparables. El Dr. Damon nos da una ilustración
de esto:
Los muchachos son charlatanes;
créame, lo sé. Fanfarronean de sus triunfos sexuales. En secreto, tal vez se
sientan culpables si han sido el primero con una muchacha; esto lo lleva
perversamente a contarle a otro sobre cómo ella estaba dispuesta y lo había
animado a que «la probara». Él quiere alguien a quien contarle su culpa.
Pronto una muchacha que permite
intimidad o intimidades, aunque tenga la suerte de no quedar encinta, se halla
pagando un castigo terrible; se vuelve fácil. Incluso si deja un colegio y se
va a otro y trata de enterrar sus equivocaciones, un pasado más bien escabroso
tiene su manera de hallarla.
Los hombres (y mujeres) culpables
quieren reducir a los demás a su nivel.
Este es un aspecto importante de
su filosofía y conducta, Por eso, un escritor, al analizar los hábitos sexuales
entre los funcionarios en Washington, DC, halló que el pecado sexual allí no
era suficiente para su gusto. Su respuesta a los problemas del mundo y
nacionales es más pecado sexual, porque entonces habría menos estándares que
nos dividieran.
Sin estándares, piensa, habría
más paz. Una culpa común es, para él, el medio a una paz común. El que una
revista nacional de ostensiblemente superior calibre publicara este artículo es
un comentario interesante de los tiempos. Pero oigamos a John Corry hablar por
sí mismo:
Sería algo espectacular para la
nación si al presidente, su gabinete, y cierta cantidad de otros hombres
importantes en Washington (J. Edgar Hoover viene de inmediato a la mente) se
les encerrara de tiempo en tiempo en un prostíbulo, no un prostíbulo elegante
en el Lado Superior Oriental de Nueva
York, sino algo más vulgar y más
imaginativo, en donde alguien como Jean Genet fuera el hombre idea. Esto tal
vez no haría a los hombres importantes más inteligentes, pero podría hacerlos
más solidarios con el resto de nosotros. Washington no da por sentadas las
debilidades de la carne, y a veces ni siquiera las reconoce.
Los hombres importantes de
Washington no están acostumbrados a sentirse culpables como el resto de
nosotros, preocupándonos todo el tiempo de que estemos haciendo algo malo, pero
si lo hicieran pudieran hacer que el país diera media vuelta, y también los
hombres importantes tal vez sabrían más de nosotros, La culpa lo hace a uno más
bondadoso y más tolerante de otros, y un caso real de culpa de prostíbulo
pudiera hacer maravillas en, digamos, el Departamento de Justicia.
Strom Thurmond sangraría por el
negro, los liberales de ideología liberal despedirían a los sindicatos de trabajadores,
y todo mundo quisiera salir de Vietnam mañana.
Si la culpa hace a los hombres
«más bondadosos y más tolerantes de otros», como piensa Corry, es extraño que
la historia no haya dado evidencia de ello. Desde los antiguos tiranos (los
emperadores romanos, los gobernantes del Renacimiento) hasta los burócratas
modernos (gobernantes comunistas, y dictadores), la culpa solo ha producido
mayor culpa y brutalidad radical.
Los diez mandamientos no permiten
un dualismo como el que Corry representa.
La ley de Dios liga la mente y el
cuerpo del hombre a la ley, y ata el guardar de la ley por parte del hombre a
su guardar del pacto con Dios.
En el Libro de Oración Común, la Colecta que precede a la lectura de
la ley recalca esta unidad de pensamiento y acto:
Dios Todopoderoso, para quien
todos los corazones están abiertos, y todos los deseos son conocidos, y de
quien ningún secreto está oculto; limpia los pensamientos de nuestros corazones
por la inspiración de tu Espíritu Santo, para que podamos amarte perfectamente,
y de una manera digna magnificar tu santo nombre; por Cristo Nuestro Señor,
amén.
La respuesta del pueblo a la ley
se basa de manera similar en esta unidad: «Señor, ten misericordia de nosotros,
e inclina nuestros corazones para guardar esta ley». (La colecta que precede
también es parte del orden de la misa en el culto católico romano).
Debido a que Judea había sido
helenizada muy extensamente durante el período intertestamentario, parte del
Sermón del Monte se dedicó a un rechazo del dualismo en nombre de la ley. El
lazo entre la mente del hombre y el asesinato y el adulterio lo citó Jesús como
ilustración de este hecho (Mt 5: 21-28).
En otra ocasión declaró: «lo que
sale de la boca, esto contamina al hombre» (Mt 15: 11).
Explicando esto a los discípulos
que no comprendían, añadió: «Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y
esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los
homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos
testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero
el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre» (Mt 15: 18-20).
El pensamiento inicuo, pues, no
es un simple hecho inconsecuente; es un primer paso en la vida unificada del
hombre, y ese primer paso culmina en un acto inicuo u otro paso lo hace
retroceder a guardar el pacto. Nuestros pensamientos tienen un efecto decisivo
sobre nuestro prójimo.
El décimo mandamiento, por tanto,
presupone e incorpora una filosofía importante del hombre y de la Ley.