5. EL SISTEMA

INTRODUCCIÓN

Como hemos visto, codicia quiere decir lo mismo desear que tomar. Se nos prohíbe desear y apropiarnos ilegítimamente de la esposa, la casa, el terreno, los criados y el ganado de nuestro prójimo, y de cualquier cosa que sea de nuestro prójimo.
En Efesios 5:5, San Pablo llama a esa codicia un tipo de idolatría. En la codicia pecaminosa, el hombre sigue un curso impío y lo redefine como justificable. Los hombres siempre son proclives a justificar todos sus actos. La justificación es una cubierta necesaria para el hombre, y como resultado los hombres se esfuerzan siempre por justificar los delitos más flagrantes.
Abraham Ruef, al describir el curso de acción que le llevó al cargo central de poder y corrupción en la política de San Francisco al principio del siglo 20, justificaba su posición describiendo la insensatez de la democracia. Ruef se graduó de la facultad de jurisprudencia de la Universidad de California con honores excepcionales. «Su primera convención política, nos cuenta en sus confesiones, le mostró que el gobierno representativo era una farsa». De organizador de un club por reforma cívica, de inmediato se convirtió en «mandadero» de jefes políticos poderosos y corruptos.
El principio que determinó tales acciones lo dijo muy bien alguien al hablar de este escritor hace años. Vindicaba la corrupción política, declarando: «Cuando las personas son rateras, merecen que les roben, y alguien lo hará». No tenemos justificación, sin embargo, para robarle al ladrón porque sea ladrón. La cura de la corrupción pública no es más corrupción.
La carrera de Ruef ilustraba bien la obra de una estructura política antigua, conocida ya en los días de Abraham en los documentos Nuzi, que Hichborn llama «el sistema». «El sistema» es la organización de corrupción y dolo en una forma de orden político. Trabajadores, empresarios y el gobierno civil se unen para formar un sistema de robo y codicia atrincherado que explota al pueblo. «El sistema», sin embargo, descansa en el hecho de la ya existente corrupción de la gente.
En donde existe «el sistema», se habla mucho de reforma, pero nunca o rara vez se desea, porque todo hombre tiene un interés solapado en la imposición lenitiva de la ley, en la corrupción, y en perpetuar el mal.
Un grupo de hombres acomodados, encabezados por Rudolph Spreckels y James D. Phelan, instituyeron la investigación que condujo a una exposición parcial de «el sistema». La «reforma» exigida por muchos anteriormente se volvió impopular cuando sus ramificaciones empezaron a aparecer, y Spreckels y Phelan fueron blancos de hostilidad. La hostilidad a Phelan llegó incluso a Washington, D. C, para impedirle que recibiera un nombramiento al gabinete en el gobierno de Wilson.
La moralidad de Ruef siempre había sido mala, pero su juicio era válido en este respecto: la gente no quería gobierno honesto. Todo hombre honesto es una amenaza al ladrón, y el hombre de integridad es una ofensa al mentiroso, porque la honestidad y la integridad son acusación perenne a los malhechores.
El mentiroso, el ladrón, el adúltero y el codicioso rehúsan cambiar, y los mejores incentivos no bastan para reformarlos. Un divertido episodio en la vida del pintor Brueghel ilustra este hecho. De Brueghel se nos dice que, Durante todo el tiempo que vivió en Antwerp, convivió con una criada. Se hubiera casado con ella excepto por el hecho de que, como tenía un marcado disgusto por la verdad, tenía el hábito de mentir, algo que a él le disgustaba grandemente.
Hizo un acuerdo o contrato con ella al efecto de que él conseguiría un palo y cortaría una muesca en él por cada mentira que ella dijera, para cuyo propósito deliberadamente escogió uno bastante largo. Si el palo quedaba cubierto de muecas en el curso del tiempo el matrimonio se cancelaría y no habría más mención del mismo. Y en verdad, eso sucedió al cabo de poco tiempo.

EL PECADOR, EN LUGAR DE CAMBIAR, TRATA DE REHACER EL MUNDO A SU PROPIA IMAGEN.

El resultado es coacción, codicia. El codicioso ataca la honestidad y la felicidad de los demás. Jesús caracterizó esta actitud en estas palabras: «¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?» (Mt 20: 15). Moffat lo traduce al inglés: «¿Guardas tú rencor porque yo soy generoso?».
Es privilegio de Dios Creador hacer y rehacer al hombre y al mundo. Al hombre Dios le da la oportunidad de participar en ese rehacer mediante el trabajo y la ley, los medios ordenados por Dios para establecer dominio y llevar cautivas a Cristo todas las cosas. El codicioso se sale perversamente de esta senda legítima y busca medios ilegítimos para rehacer su vida en el mundo; de aquí su ataque a la propiedad, casa y esposa de su prójimo.
Así, el codicioso tiene su «sistema» también; busca un estado de cosas en el que, mediante medios ilícitos, se obtienen las consecuencias de la ley. Quiere una sociedad para promover su iniquidad y que sin embargo lo proteja. Tal como el «sistema» político es la organización de la corrupción y dolo en una forma de orden político, el «sistema» personal es el uso de la codicia y la ilegalidad como medios para lograr una nueva forma de orden personal y social. En lugar de orden, el resultado es la anarquía moral y el colapso social.
El nombre de la sociedad por la que el hombre puede codiciar todo lo que es de su prójimo puede variar: socialismo, comunismo, economía de beneficencia, individualismo descarnado, fascismo, y nacional-socialismo son unos pocos nombres comunes de la historia. Su objetivo es el mismo: bajo una fachada de moralidad se produce un sistema para apoderarse de lo que legítimamente le pertenece al prójimo.
Por algo tal sistema conduce a una decadencia general de la moralidad. El robo, el asesinato, el adulterio y los falsos testimonios aumentan, porque el hombre es una unidad. Si puede legalizar y «justificar» la apropiación de la riqueza y propiedad de su prójimo, legalizará y justificará el apoderarse de la esposa del prójimo.
Mientras más santurrona se vuelve su profesión de moralidad, más amplia es la brecha entre la profesión y el desempeño. El siglo 20 vio una promoción ampliamente extendida de reverencia por la vida, la abolición de la pena de muerte, y una proliferación de los movimientos por la paz.
Al mismo tiempo, también se ha visto a estos mismos líderes producir un mundo de contaminación masiva y destrucción de la vida, más asesinatos que antes, guerras mundiales y nacionales salvajes, campamentos de prisioneros, tortura masiva, esclavitud y asesinato, y todo mientras se profesa la más noble moralidad.
Añádase a esto los movimientos de legalización del aborto. El congresista John G. Schmitz informó:
Aquí en el Congreso se ha introducido legislación tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado para permitir la matanza de niños no natos por todos los Estados Unidos, y para eliminar el impuesto federal a la renta personal para todos los niños después del segundo.
El testimonio ante el Comité de la Cámara de Representantes sobre el Comercio Interestatal y Extranjero reveló un proyecto de ley que está pendiente en la legislatura del estado de Florida que legalizará la matanza de viejos («eutanasia»), y un proyecto de ley en la legislatura del estado de Hawaii que obligará la esterilización de todos las mujeres después de que hayan tenido su segundo hijo. Tal legislación pregona la venida de un nuevo nazismo a nuestra tierra.

En las palabras de San Pablo, «Profesando ser sabios, se hicieron necios» (Ro 1: 22). Profesando amar la vida y a la humanidad, se han revelado como aborrecedores y asesinos de hombres.